Imagen alusiva a la novela "1984" de George Orwell
Llevaremos adelante este apartado inspirados por la descripción que realiza George Orwell (2010, 2011) del mecanismo que permite la manipulación de la historia a manos de los dominadores.
Debemos hacer notar que si bien desde 1942 (con la publicación del ensayo títulado Looking back on the Spanish War, traducido al castellano como Recuerdos de la guerra civil española) Orwell tenía ya en claro la relación que existe entre historia y dominación, no fue hasta 1949 (con la publicación de su novela 1984) que logra aglutinar sus ideas bajo el concepto de doblepensar.
Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. […] Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable. […] Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido capaz el Partido […] de parar el curso de la Historia (Orwell, 2010, p. 120).
Con base en la coherencia conceptual de la obra orwelliana, al menos en lo que nos interesa, no haremos distinción entre la novela de 1949 y los textos precedentes.
A la par de lo anterior y con el objeto de comprender de mejor manera el doblepensar, hemos tomado en cuenta la hipótesis de algunos de algunos autores, según la cual dicho mecanismo de dominación puede ser interpretado como una expresión social-histórico de aquel otro mecanismo de defensa que Freud catalogó como desmentida (verleugnung) (Abate, 2010): básicamente, dicho dispositivo permite al sujeto desmentir la realidad objetiva (sin anularla), rechazando enérgicamente las consecuencias que dicha percepción provoca sobre una creencia previa que se quiere mantener (Ulnik, s.f.) intacta. Todo lo anterior (debemos tomar nota de este punto), con total conciencia por parte del sujeto.
Desde el punto de vista freudiano, el resultado de la desmentida es una escisión del yo: si bien una parte del yo afirma como cierta la percepción que tiene de la realidad externa, otra parte del yo desmiente (niega) las consecuencias que se derivan de dicha percepción (Chamorro, 2008).
Verbalmente, dicho mecanismo de defensa se expresa bajo la forma del ya lo sé, [...] pero aun así (Ulnik, s.f.).
Tal como señala Moreira (2012), Freud, en Psicología de las masas (1921), ejemplifica el mecanismo en cuestión cuando hace referencia al caso del poeta épico [que] procura desmentir la verdad de que todos participaron en el parricidio. El héroe se constituye como una bella mentira cuando se considera que es el autor del asesinato”.
Queda cerrar este exordio señalando que, si bien Orwell nunca se declaró anarquista, sino partidario de una democracia radical, tampoco dejó de hacer patente su admiración por el anarquismo. En sus memorias deja clara esta afinidad: de acuerdo con mis preferencias puramente personales, me hubiera gustado unirme a los anarquistas (1938, p. 59).
Por lo anterior, así como por su profunda amistad con anarquistas como Herbert Read y George Woodcock, algunos autores se han tomado en serio lo que en principio parecía sólo una broma: en más de una ocasión, riendo, Orwell se definió a sí mismo como un anarchist tory (anarquista conservador) (Michéa, 2003).
El discurso oficial como mecanismo
Winston Churchill
Luego de su participación en la Guerra Civil Española, George Orwell (2011, pp. 57-58) afirmó que la historia no es más que una mentira que llega a transformarse en verdad: no tiene ninguna relación con los hechos y persevera sólo porque ya no existen quienes recuerden lo que sucedió.
[…] el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, […] (Orwell, 2011, p. 10)
Dicha interpretación de la historia fue retomada poco después por Winston Churchill (en palabras de Orwell, un jefe o gobernante), quien (mientras ocupaba el cargo de Primer Ministro británico y a punto de finalizar la Segunda Guerra Mundial), refiriéndose a sí mismo sentenció: la historia será generosa conmigo, puesto que tengo la intención de escribirla.
Curiosamente, años después, Orwell (2010) vino a sintetizar esta idea cuando afirmó que la historia la escriben los vencedores.
Sirva la anterior anécdota no sólo para evidenciar la relación que subsiste entre historia y dominación, sino también para introducir algunos elementos a considerar respecto de la dinámica ideológica (o del imaginario social en lo que tiene que ver la dominación).
Si bien Orwell y Churchill comparten una misma interpretación respecto del papel político-social que juega la historia (un medio para legitimar el gobierno y la dominación), sus biografías evidencian que ambos fueron afines a ideologías contrapuestas, ocuparon posiciones jerárquicas antagónicas y responden a unas subjetividades disímiles.
De acuerdo con Karl Mannheim (1966) y su análisis de la ideología, dicha contradicción es sólo aparente: aun cuando Churchill y Orwell pertenecen a grupos sociales en disputa (lo cual implica una distinta percepción ideológica de la realidad), esto no impide que compartan rasgos ideológicos a raíz de su pertenencia a una misma época histórica (contexto social-histórico en Castoriadis (2007)).
Mannheim hace referencia a lo ideológico para aludir a las ideas que, respecto de la realidad social (visión de mundo), enarbolan los distintos grupos sociales; mismos que, a su vez, se caracterizan por encontrarse insertos en situaciones de afinidad y/o enfrentamiento: unos con otros y unos contra otros. Este es el caso de los dominados y los dominadores.
Con base en lo anterior, cabe suponer que la convicción de que existe una relación de medios y fines entre la historia y los intereses de quienes gobiernan (y dominan), constituye un rasgo ideológico (y de la subjetividad) de quienes formaron parte del contexto social-histórico compartido por Orwell y Churchill. Según el primero, una época que cabe distinguir por el predominio de regímenes totalitarios (2011, p. 12).
El sentido político de esta interpretación de la historia, se refleja y complementa de buena manera en las conclusiones que entresaca Scott (2000), respecto de la dinámica discursiva (e ideológica) que caracteriza la relación entre dominados y dominadores: la historia, en tanto discurso oficial de un pasado común, constituye un artilugio mediante el cual, los dominadores (incluidos los jefes o gobernantes), pretenden legitimar las relaciones de poder; naturalizarlas en el caso de Castoriadis (2004).
La historia se presenta así como una modalidad del discurso oficial, tanto como lo ha llegado a ser la opinión pública: ambas comparten un mismo objetivo (legitimar las relaciones de poder) y un idéntico mecanismo (definir y predeterminar la interpretación de los hechos), diferenciándose únicamente en el aspecto de la vida político-social sobre el cual actúan; el pasado común (historia) o una temática específica (opinión pública) relacionada con la gestión (capitalista burocrática) de una población.
Esto sin dejar de mencionar que entre historia y opinión pública subsiste una relación de mutuo reforzamiento.
En su novela gráfica V de Vendetta, Alan Moore evidencia la relación que subsiste entre la opinión pública y la dominación (muy semejante a la que existe entre historia y dominación): la información pública constituye un mecanismo al servicio de los gobernantes, los cuales, cuentan no sólo con la complicidad de los medios de comunicación, sino también, con la imprescindible complicidad del aparato represivo.
Al fondo se observa el plató, está a punto de iniciar la presentación de una noticia de último minuto.
ASISTENTE DE DIRECCIÓN
¿Crees que alguien se lo va a tragar?
DASCOMB, JEFE EJECUTIVO DE LA BTN
¿Por qué no?, esto es la BTN, nuestro trabajo consiste en informar, no en inventar, eso es asunto del gobierno.(McTeigue, 2005)
Escena de la película "V de Vendetta" (2005)
Desde este punto de mira, la opinión pública, dispositivo político explicitado a manos de Rousseau (1966), representa, al igual que la historia, un constructo discursivo de carácter ideológico-coercitivo; una manipulación de los hechos a favor de las relaciones de poder; la exclusión intencional de la colectividad subordinada respecto de una problemática de interés general; lo contrario de la autonomía como fundamento del régimen político-social.
Es primordial señalar, con Orwell (2011) y Castoriadis (2007), que el engaño en que se funda el discurso oficial, ya sea que este último se presente como opinión pública o historia, prospera sólo en la medida en que las mentiras sobre las que se levanta, logran ser incorporadas como parte del imaginario social. De ahí que la consecución de dicho objetivo, depende, al mismo tiempo, de que sea erradicada toda oposición político-ideológica (pública u oculta, en los hechos o simbólica (Scott, 2000)): tal como señala Orwell (2011), se requiere de la muerte de todos aquellos, aquellas, que puedan dar pie al surgimiento (o re-surgimiento) de una memoria alternativa de los hechos.
Al catálogo de mecanismos ideológicos para la dominación, se incorpora de esta forma la represión y sus efectos sobre la capacidad de resistencia simbólica y de hecho por parte de los subordinados (Scott, 2000).
Como veremos más tarde, Scott (2000) y Castoriadis (2007) exponen los límites insuperables de semejante objetivo, señalando que es imposible alcanzar dicha clausura (de sentido) de forma absoluta sin que se desplome casi de inmediato el régimen en cuestión.
En lo que tiene que ver con la subjetividad, el avance (en el imaginario social y lo ideológico) del discurso oficial se refleja en la incapacidad sobrevenida de los individuos para alcanzar una autorreflexión no naturalizante respecto del sistema de dominación (Castoriadis, 2004): se trata del ocultamiento del origen social-histórico del régimen político imperante.
Considerando la relación entre las instituciones sociales y el imaginario social (Castoriadis, 2007), dicha naturalización implica la constitución de instituciones sociales que replican y sancionan, continuamente, la posición jerárquica de los grupos dominantes. Por lo anterior, dicha legitimación conlleva el que estas instituciones se funden en significaciones primarias afines a la dominación.
Las ideas de Dios, la razón y la propiedad privada no sólo constituyen significaciones primarias que se ubican en las entrañas del cristianismo, la filosofía moderna y el Estado, sino que implican la consolidación de toda una red de significaciones secundarias o dependientes, las que impregnan el imaginario social (y con este tanto la ideología como la subjetividad) con un sentido legítimo de la dominación: las representaciones, afectos e intenciones que emanan del imaginario social y que en Castoriadis (2004) constituyen en su conjunto la subjetividad, se encuentran ampliamente influenciadas por las relaciones de poder imperantes.
En este orden de ideas, la producción de una subjetividad autónoma pasa por el desarrollo de un imaginario social acorde con dicho proyecto, lo cual implica el establecimiento de aquellas instituciones sociales más adecuadas.
Siguiendo esta idea (Castoriadis, 1997), todo proyecto político-social implica una subjetividad y una sociedad correlativas y coherentes. Esto supone, en el ámbito de la subjetividad, la existencia de una pedagogía autónoma, vale señalar, una idea recurrente en el anarquismo y el zapatismo.
Al mismo tiempo, la posibilidad de una subjetividad autónoma al interior de un sistema de dominación (como el que hemos descrito), dependerá en buena medida de que los grupos subordinados logren articular una interpretación del pasado (de lo social-histórico) capaz de competir (en términos explicativos e identitarios) con lo que oficialmente se califica como historia. Lo mismo vale decir para el caso de la opinión pública.
Ello significa que el sujeto y los grupos sociales subordinados deberán desarrollar la capacidad para entenderse inmersos en el proceso de lo social-histórico, y junto a ello, de autovalorarse: esto es, de desplegar una praxis propia y autónoma.
Tanto el pensamiento anarquista como el zapatista afirman que la memoria colectiva es capaz de sostener dicho proyecto, pero ello depende en buena medida de que el constructo ideológico resultante sea capaz de superar la escisión que, como veremos, se esconde tras (y funda) los mecanismos ideológicos de la dominación.
A continuación, procederemos con el análisis ideológico de la escisión ideas-realidad, el cual no sólo nos permitirá identificar el origen ideológico de las instituciones dominantes, sino también la situación de aquellos grupos sociales que, enfrentados con el status quo, son los más interesados en sustituirlas.
La mentira y el engaño en el origen
George Orwell
Sea que se presente bajo la forma de una mentira directa, media verdad o la afirmación de una verdad fuera de contexto, el engaño se encuentra en la raíz del discurso oficial (y la dominación) en cualquiera de sus variantes: miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá, afirmaba Joseph Goebbels.
De la misma forma, cuando Orwell (2011) conceptualiza el doblepensar, hace referencia a la importancia del engaño para alcanzar el establecimiento de un régimen totalitario. Describe así el funcionamiento del mecanismo: decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable (2010, p. 120).
En el sureste mexicano los, las, loas zapatistas también colocan la mentira del lado de la dominación, al mismo tiempo que exhiben los límites del engaño: los propios actos del gobierno, el poder, la dominación.
La mentira gobierna y se multiplica en medios y modos.
Una nueva mentira se nos vende como historia. La mentira de la derrota de la esperanza, la mentira de la derrota de la dignidad, la mentira de la derrota de la humanidad. El espejo del poder nos ofrece un equilibrio a la balanza: la mentira de la victoria del cinismo, la mentira de la victoria del servilismo, la mentira de la victoria del neoliberalismo (SCI Galeano, 2015).
Por ahora, tomemos nota de dos cuestiones: el carácter consciente con que Goebbels y Orwell describen la elaboración de la mentira por parte de los dominadores y el hecho de que el engaño encuentra su límite en la coherencia con la realidad (Scott, 2000).
La fábula de Dorian Gray pudiera ayudarnos a ejemplificar la trascendencia del engaño en la dominación: de acuerdo con el relato de Oscar Wilde (2014), la extraordinaria belleza de este joven y adinerado aristócrata victoriano se inmortaliza cuando es reproducida majestuosamente en un retrato.
Pero el encantamiento tiene un efecto colateral: cada acto de dominación cometido por el aristócrata, empieza a verse monstruosamente reflejado en el retrato. Frente a la posibilidad de que se conozca la verdad, el joven tirano decide ocultar el cuadro a la mirada de cualesquiera.
Wilde explicita de esta forma el surgimiento de una escisión entre el Gray que se expone en lo público y aquel otro confinado a lo privado. Una escisión que, por demás, constituye el sustento sobre el cual el protagonista logra inmortalizar su momento de máximo esplendor, aunque al mismo tiempo, constituya el origen de su ruina.
Cabe recordar aquí que Mannheim (1966), de manera coincidente, señala que la ideología dominante se caracteriza por su arraigo a un momento pasado glorioso, razón por la cual busca eliminar cualquier elemento de la realidad que pueda poner en cuestión dicho orden de cosas.
Desde dicho autor, este es el fundamento tanto del engaño que supone la dominación, como de la escisión que logra establecer entre las ideas y la realidad.
De manera análoga, la obsesión de Dorian Gray por mantenerse bello y joven, es lo que le lleva a ocultar su retrato de la mirada de los otros. En palabras del propio Wilde (2014), el encantamiento de Dorian Gray depende de que este logre ocultar su alma a los ojos de los hombres.
A partir de Castoriadis (2004), el hecho de que Dorian Gray oculte su retrato, evidencia una subjetividad para la cual resulta imposible alcanzar una autorreflexión no objetiva del reflejo propio. Esto es, para la cual es necesario mantener oculto su origen social-histórico: a través, tal como señalan Mannheim y Orwell, de un pasado o imagen gloriosa alejada de la realidad. Para Castoriadis, este mecanismo de ocultamiento es análogo al que experimentan las instituciones sociales en una sociedad heterónoma o de dominación.
Scott sintetiza la cuestión señalando que el discurso oficial es, para decirlo sin rodeos, el autorretrato de las elites dominantes. Es decir, donde estas aparecen como quieren verse a sí mismas (2000, p. 42).
Como ya veremos, esta obsesión de los grupos dominantes por su autoimagen (self-image), así como el límite que la realidad le impone a la dominación, será vital para comprender, de mejor manera, la dinámica ideológica y subjetiva al interior de dicho sistema.
¿Será posible que Churchill, quien se percibió a sí mismo como el gran líder de Occidente, no pasara de ser un miembro más de la camarilla gobernante, partidario de la jerarquía racial, la eugenesia, el genocidio y el pago de sobornos (Redacción BBC, 2015)?
De momento, resumimos la cuestión señalando que en el caso de los detentadores del poder, su narcicismo les lleva a rechazar ciertos aspectos de la realidad, e incluso, de su propia subjetividad y proceso social-histórico; mientras que en el segundo, la cercanía de los subordinados con la realidad social, no sólo impide que la dominación ideológica alcance un grado absoluto, sino que genera en estos una especial empatía hacia aquellos elementos que ponen en peligro el orden imperante (Mannheim, 1966).
En este punto, el análisis nos lleva a vislumbrar la relación diversa que, frente a las ideas y la realidad, así como con respecto a la escisión entre ambas, mantienen dominadores y subordinados.
Tomando en cuenta lo dicho por Orwell, Scott, e incluso Freud, argüimos que los dominadores, si bien gozan de plena consciencia en su intento por naturalizar las relaciones de poder (rechazando al mismo tiempo la realidad social), son portadores de una consciencia y una subjetividad que ellos mismos han escindido, en su intento por mantener intacto el status quo del cual dependen.
Mientras tanto, en el caso de los dominados, el problema de la consciencia y la subjetividad va más allá de replicar las ideas, el discurso oficial y la visión de mundo de los dominadores. Para los subordinados, las representaciones sociales, el imaginario social, las instituciones, la ideología, todos estos constructos social-históricos, deben superar el enfrentamiento con la realidad, deben alcanzar un grado de coherencia que les permita sostener su sobrevivencia en la materialidad.
Mannheim confirma dicha hipótesis cuando, refiriéndose al sentido de la falsa conciencia, arguye lo siguiente:
Por tanto, una teoría será errónea cuando, en determinada situación práctica, aplica conceptos y categorías que, si se les tomara en serio, impedirían que el hombre se acomodara a aquella etapa histórica. Las normas, los modos de pensar y las teorías anticuadas e inaplicables probablemente degenerarán en ideologías cuya función consistirá en ocultar el verdadero sentido de la conducta más bien que en revelarlo (1966, p. 84).
Con dicho autor, cabe pensar que este es el origen de la dominación, una teoría de lo social-histórico errónea, inaplicable a la realidad social, que llegó a degenerar hasta permitirle a los grupos dominantes mantener una autoimagen, una visión de mundo y una forma de vida ilusorias.
En contraposición, desde el pensamiento zapatista la verdad se encuentra de parte de quienes resisten para burlar la muerte, en medio de esa realidad de los y las de abajo, de los y las dominadas: esa realidad que es la Realidad (SCI Galeano, 2014).
La escisión como falsa conciencia
Viñeta de Miguel Brieva
La interpretación de la historia como recurso ideológico de la dominación cuestiona la manera en que se tiende a interpretar la falsa conciencia, sobre todo cuando se afirma que esta constituye un padecimiento inconsciente, propio de los subordinados: la escisión entre las ideas de dicho grupo social y la realidad a que se enfrentan.
Desde la subjetividad, esto supone la incapacidad de los subordinados para tomar consciencia de su situación.
Edward P. Thompson (1979), historiador británico caracterizado por su postura crítica frente al marxismo (es decir, a su versión oficial), se refiere a lo anterior cuando afirma que la vanguardia cree saber mejor que la clase misma cuáles deben ser los verdaderos intereses (y conciencia) de esta, y si ocurriera que esta no tuviera conciencia alguna, sea lo que fuere que tuviera, sería una “falsa conciencia”.
Existe una analogía entre las vanguardias políticas y aquellos pensadores que, desde Marx y Engels, podemos calificar como ideólogos.
Mientras tanto, Scott señala que a partir de dicha concepción de la falsa conciencia, corrientemente se afirma que la ideología dominante, para lograr el sometimiento, convence a los grupos subordinados de que el orden social en el que viven es natural e inevitable (2000, p. 99).
Scott rechaza esta percepción hegemónica de la dominación, indicando que los subordinados no llegan nunca a un grado de convencimiento tal, que haga prescindir a los dominadores de la violencia represiva. Esto, porque la ideología de los subordinados nunca llega a identificarse de manera absoluta con la de los dominadores: como ya mencionamos, la realidad social experimentada por los primeros lo torna imposible, el recurso a la represión por parte de los dominadores lo comprueba.
Y si bien nuestra intención no es entrar a discutir lo que Marx y Engels dijeron o no sobre la falsa conciencia, lo cierto es que estos autores no se refieren de ninguna forma a un problema que se asocie con el proletariado, sino que, por el contrario, lo ejemplifican haciendo referencia a los ideólogos de la dominación.
En su carta a Mehring del 14 de julio de 1893, en la cual se trata la cuestión de la ideología, Engels escribe: la ideología es un proceso realizado conscientemente por el así llamado pensador, en efecto, pero con una conciencia falsa; por ello su carácter ideológico no se manifiesta inmediatamente, sino a través de un esfuerzo analítico y en el umbral de una nueva coyuntura histórica que permite comprender la naturaleza ilusoria del universo mental del período precedente (Engels, 14 de julio de 1893).
De acuerdo con la interpretación de Gustavo Bueno (1989), cuando Marx y Engels se refieren a la ideología, señalan a un grupo social, a una parte de la sociedad que, estando enfrentada con otras, alude al todo (conscientemente) desde su determinación particular o propia. Y, sin embargo, lo único que permite calificar dicha fragmentación ideológica como falsa conciencia, es el hecho de que ese grupo social y los individuos que lo conforman (es decir, la subjetividad correlativa), pasan por alto que su visión de otros grupos sociales, es siempre producto de su propio origen social-histórico.
Dicha interpretación de la ideología es compartida ampliamente por Mannheim (1966, p. 50), el cual afirma que Marx y Engels no hacen otra cosa que señalar al ideólogo como una expresión del concepto particular de la ideología, es decir, aquel que promueve el escepticismo respecto de las ideas y representaciones del adversario. Pero a la par de eso, continua, Marx y Engels evidencian que su crítica frente a dicha postura, se funda en el concepto total de ideología. Esto es, el origen social-histórico de las diversas posturas ideológicas.
Según este criterio de análisis, la ideología particular (o desde lo particular) resulta limitada, ya que, al alimentarse del examen individual del discurso ideológico, deja de lado la comprensión de su propio origen social-histórico (aunque también del ajeno). Esto es, se abstiene de comprender la situación total, o lo que es lo mismo, se constituye como falsa conciencia.
Aunque ya lo hemos mencionado, debemos remarcar que la falsa conciencia no se relaciona con una escisión inconsciente entre las ideas y la realidad, sino más bien con una visión escindida, pero consciente, de esa realidad social. En palabras de Orwell: decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas. En apoyo de dicha tesitura, de acuerdo con Gustavo Bueno (1989), a partir de Marx resulta inapropiado hablar de inconsciencia cuando se hace referencia al ámbito de lo ideológico.
Adquiere relevancia aquí la caracterización que hace Mannheim (1966) de la ideología dominante y aquella otra utópica. De acuerdo con dicho análisis, ambas formaciones ideológicas comparten una visión escindida de la realidad: la primera rechaza aquellos elementos de la realidad social que contradicen el status quo (aferrándose por ello a un pasado ilusorio), tal como sucede con la visión de mundo de los dominadores; la segunda se interesa fundamentalmente por aquellos que lo niegan (se proyecta así hacia un futuro alternativo), tal como puede llegar a suceder con los grupos subordinados (Mannheim, 1966, p. 34).
Pero a la par de esto, también muestran una diferencia importante: mientras que la ideología dominante se funda en una escisión entre la visión de mundo que impulsa y la realidad social, con la cual pretende negar las consecuencias de esta última, la ideología utópica parte de la realidad social para trascender dicha escisión; mediante la proyección a futuro de sus ideales, trata de hacerlos coincidir con esa realidad mediante la transmutación de su praxis.
En lo subjetivo, ello se traduce en la imposibilidad de los dominadores para reconocerse en su propia imagen o representación reflexiva, ocultándola por ello tras una representación de carácter ilusorio. Mientras tanto, para los dominados supone la necesidad de apropiarse de esta última, impulsando su reconstrucción en atención a su propia voluntad.
El problema de la falsa conciencia se traslada de esta forma al carácter que desde la ideología y la subjetividad adquieren la visión de mundo y la propia actividad: desde la dominación (o heteronomía), la escisión entre la realidad social y estas representaciones, no sólo se potencia y profundiza, sino que es deseada (voluntad) con la intensión de evadir toda posibilidad de cuestionamiento. Esto en atención a la incoherencia que ello evidenciaría. Por el contrario, del lado de la subordinación (y de la autonomía), la escisión no sólo se asume como un obstáculo que debe ser superado mediante su confrontación con aquellos valores establecidos colectivamente (en lo social-histórico), sino que las consecuencias resultantes son igualmente deseadas, en tanto constituyen los criterios requeridos para lograr la debida coherencia entre dichas representaciones y la realidad social.
En términos sencillos, mientras los dominadores sienten placer frente a la escisión, los subordinados sienten deseo por la coherencia.
La posición de la voluntad (subjetiva) frente a la imagen (representación social), es lo que determina de qué lado se expresa la falsa consciencia.
La falsa conciencia se ubica así, al menos desde nuestro punto de mira, de parte de aquellos grupos sociales que sostienen y alimentan la escisión entre las ideas y la realidad. Es decir, nos encontramos frente a un rasgo común de los dominadores y su necesidad (consciente) de que la realidad social se mantenga siempre oculta.
Como ya mencionamos de manera reiterada, la mejor evidencia para emitir este criterio es la existencia de ideologías y subjetividades impulsadas desde los y las dominados, tendientes a superar esta escisión.
Sobresale aquí el concepto anarquista de la propaganda por el hecho, el cual hoy es interpretado como la unidad indispensable que debe existir entre las ideas políticas que se defiende y las acciones de quienes las adscriben. Esto es, la superación de la escisión entre las ideas y la realidad social a través de la debida coherencia entre las ideas políticas y las propias acciones.
Acuñado en 1877 por Errico Malatesta y Carlo Cafiero, estos anarquistas explicitan dicho criterio de la siguiente forma: el hecho insurreccional destinado a afirmar los principios socialistas mediante la acción es el medio de propaganda más efectivo y el único que sin engañar y corromper a las masas puede penetrar hasta las capas sociales más profundas […] (Malatesta & Cafiero, 1877)
No podemos dejar de mencionar que la aceptación de dicha escisión por parte de los grupos subordinados (cuando dicho fenómeno se da), no puede ser interpretada como falsa conciencia. Lo anterior adquiere sentido cuando consideramos que la escisión entre la realidad del subordinado y sus ideas respecto del mundo y de sí mismo, son resultado directo de su situación de sometimiento.
Al subordinado se le ha extirpado su libertad de imaginación y por ello, toda decisión no es entonces más que una elección entre posibles ya dados de antemano, generalmente antes del acto, establecidos por […] el sistema instituido (Castoriadis, 2004, p. 111). Existe consciencia, pero no voluntariedad en el ámbito de la subjetividad y lo ideológico.
Nos encontramos con que la represión por parte de los dominadores, no solamente busca la eliminación de aquellos grupos sociales, individuos, ideologías, discursos, instituciones, memorias, que representan un peligro para el status quo, sino que pretende, ante todo, inculcar el miedo en los dominados.
Básicamente, si el deseo (intensión positiva) es lo que impulsa a los grupos subordinados a sentir afecto por las ideologías utópicas y la subjetividad autónoma, por el contrario, el miedo (intención negativa) es lo que les lleva a desarrollar una repulsión hacia todo aquello que ponga en cuestión el status quo. También hemos mencionado el uso de la represión como mecanismo de dominación que viene a coadyuvar en el esfuerzo de aquellos otros de naturaleza ideológica.
En ese sentido, la aceptación de la escisión entre las ideas y la realidad, de parte de los y las dominadas, no puede atribuirse a una falsa conciencia. En todo caso, dicho fenómeno podría ser catalogado como un efecto directo de la represión establecida por el sistema de dominación, el cual se evidencia en las representaciones, deseos y afectos que experimentan los grupos subordinados, en su subjetividad.
La importancia que dicha problemática ha cobrado para los y las dominadas, como obstáculo a superar, es significativa. A manera de ejemplo, el pensamiento zapatista sostiene que uno de los elementos indispensables para la resistencia, es decir, para la lucha contra el sistema de dominación, es la necesidad de controlar el miedo: Y les decimos a los hombres y mujeres que tengan bueno su pensamiento en su corazón, que estén de acuerdo con esta palabra que sacamos y que no tengan miedo, o que tengan miedo pero que lo controlen […] (CCRI & CGEZLN, 2005).
Coincidentemente, de parte de las y los anarquistas, el miedo es una problemática que afecta toda manifestación de rebeldía.
Vale agregar que el miedo no responde al enfrentamiento del individuo y la colectividad con situaciones político-sociales específicas, pues esa es sólo su expresión. Su origen se remonta a varias generaciones anteriores de dominados y dominadas, a las cuales se ha tratado de adoctrinar mediante el recurso a la historia, lo religioso, lo educativo (escuelas, universidades), y por supuesto, a la represión.
Pero ese miedo al que aludís no es un miedo circunstancial, o coyuntural, sino que recorre todo el cuerpo social a lo largo de muchos siglos de historia. […] El miedo es el arma de los poderosos (la minoría opulenta), para doblegar a la mayoría. Es necesario, para dominar el miedo, y combatirlo, definirlo, localizarlo. Esa es la primera condición. Luego combatirlo. (Gamboa, 2002)
Scott (2000) es claro al señalar que el miedo es uno de los obstáculos más importantes para que tengan lugar expresiones de rebeldía (resistencia en el espacio público) por parte de los dominados. Por suerte, a la par de ello, los subordinados han ideado formas de resistencia simbólica, que, operando desde y en la clandestinidad, no sólo constituyen manera de superar el miedo impuesto desde arriba, sino también una forma de sustentar la propia visión de mundo, así como de enfrentarse con la falsa conciencia.
Una fractura en la dialéctica del orden y el caos
Escena de la película "El retrato de Dorian Gray" (2009)
De la comprensión de la historia como mecanismo de dominación se han derivado implicaciones que van más allá de lo político-social; que alcanzan el ámbito de lo ontológico y la episteme.
Tomando esto en cuenta, el problema del discurso público (como dominación) se remonta mucho más allá de Orwell y la Guerra Civil Española; de Churchill y su posición como líder; de Dorian Gray y su doble monstruoso; de Marx y la vanguardia comunista. El problema de la dominación ideológica se remonta quizás hasta los fundamentos de la visión capitalista y burocrática del mundo (convertida hoy en sistema global de dominación).
De ahí que, como hipótesis de trabajo, afirmemos que la dominación, en términos ontológicos, se constituye y sostiene sobre una fractura del mundo; sobre la afirmación de la existencia como escisión. Como hemos señalado, misma que se complementa, como corresponde, con la erradicación de toda referencia a un posible momento de unidad.
En otros términos, lo que afirmamos es una fractura en la dialéctica del orden y el caos, o lo que es lo mismo, la imposición de un caos que se ha hecho pasar por orden necesario y permanente: el sistema de dominación no sólo trata de enmascarar el discurso oficial, haciéndolo pasar por una enunciación coherente de (y con) la realidad social, también trata de encubrir el caos que provoca, haciéndolo pasar por orden.
Correlativamente, el engaño se completa luego de señalar como caótica, cualquier afirmación práctica (praxis) de otro orden posible. En términos subjetivos e ideológicos, ello supone la sanción (y eliminación) para aquellos individuos o grupos sociales afines a una representación alternativa de sí mismos y del mundo.
Friedrich Nietzsche nos habría advertido sobre esta problemática en buena parte de su obra, fundamentalmente cuando denuncia y critica la polarización de la totalidad de la vida (Ramos Torre, 2000, pp. 57-58).
Mientras tanto, en términos de Castoriadis (1988) se trata de una escisión en la subjetividad y las instituciones sociales, la cual busca imposibilitar la autorreflexión valorativa. En términos nietzscheanos, esto significa la condena de las y los subordinadas, a mantener por siempre una subjetividad y una ideología propia de esclavos satisfechos.
Desde dicho análisis, la fragmentación de la realidad implica el nacimiento de todo esencialismo; el establecimiento de una única relación posible entre los polos afirmados ideológicamente: la abolición de la libertad y el establecimiento de la dominación.
Esto fue lo que en otro tiempo me enseñó la vida: y con ello os resuelvo yo, sapientísimos, incluso el enigma de vuestro corazón.
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que sean imperecederos - no existen! Por sí mismos deben una y otra vez superarse a sí mismos.
Con vuestros valores y vuestras palabras del bien y del mal ejercéis violencia, valoradores: y ése es vuestro oculto amor, y el brillo, el temblor y el desbordamiento de vuestra propia alma.
Pero una violencia más fuerte surge de vuestros valores, y una nueva superación: al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara.
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores. (Nietzsche, 1997)
Si seguimos a Nietzsche en este análisis, el nacimiento de la tragedia se torna una manifestación de la escisión que ha sido impuesta sobre la vida. Así, del mundo que ha sido fragmentado en múltiples polaridades, Nietzsche nos lleva a interpretarlo con base en el modelo mítico del sparagmos.
El sparagmos constituye uno de los episodios más celebres y estudiados del rito dionisiaco: consiste en el desmembramiento (simbólico o no) de un ser vivo. Una acción mediante la cual se busca representar el mito sobre la muerte de Dionisos a manos de los Titanes, aquel momento de la vida que se corresponde con la escisión.
Pero el sparagmos, nos recuerda Nietzsche, no es más que uno de los momentos que conforman el ciclo de la vida: constituye el antecedente de la remembración, reconstitución y renacimiento posterior de Dionisos, el cual se ve representado en episodios rituales tales como las Leneas. Dicho ritual, por su parte, consistente en una fiesta de invierno celebrada en […] honor al “despertar” del dios y su resurgimiento del lugar de los muertos (Valdés Guía, 2009, p. 50). Es decir, representa (frente al sparagmos) el momento de la (re)unificación de la vida (Ramos Torre, 2000). Nos encontramos nuevamente con la contradicción entre lo particular y la totalidad.
En términos nietzscheanos, mientras lo trágico-dionisíaco resulta ser la afirmación del ciclo total de la vida, la tragedia (como momento permanente) se identifica con la fractura del mundo; con una escisión de la vida como ciclo y totalidad (Ramos Torre, 2000, p. 58).
Desde el pensamiento zapatista (CCRI & CGEZLN, 2005) lo anterior tiene sentido si se le considera frente a la globalización neoliberal (ideología dominante de la época), situación social-histórico en la cual el sistema de dominación capitalista burocrático busca dominarlo todo en todo el mundo, o sea al planeta Tierra.
Al engaño llevado adelante por los dominadores, se ha unido de esta forma la tragedia en que han sumido al planeta entero.
Mientras tanto, la reconstitución de la dialéctica entre las ideas y la realidad, entre el quiénes somos y qué papel debemos desempeñar (subjetivamente), entre el orden y el caos, depende cada vez en mayor medida de que los grupos sociales subordinados logren superar aquellas significaciones ideológicas (e imaginarias) que favorecen la dominación, sustituyéndolas por otras afines a la autonomía.